Sérvulo Gutiérrez

Sérvulo Gutiérrez Alarcón nace en Ica en febrero de 1914, quinto hijo de una familia numerosa. Su primera infancia transcurre entre la escuela y la colaboración en el restaurante que poseía su padre.
La muerte de su madre provoca el traslado del adolescente a Lima, donde se instala en casa de su hermano Alberto, restaurador, en la casona que actualmente es sede de la Peña Hatuchay, en el Rímac

En el Taller de los Gutiérrez se restauran también huacos, origen remoto del escándalo que, bastantes años mas tarde.
provocaría la aparición en Life de un huaco, fabricado por nuestro artista, como magnífico ejemplo de cerámica precolombina.
Siguiendo otra tradición fraterna, iniciada por el hermano mayor. "Tarugo", novillero y boxeador, Sérvulo comienza a practicar el deporte de las doce cuerdas.
Gracias a sus cualidades boxísticas, en 1934 es elegido para formar parte de la selección peruana que acude al Campeonato Sudamericano en Córdoba, Argentina.
En Buenos Aires se casa con Zulema Palomieri, con la que tendría una hija: Lucila.
Sin embargo, su estancia en la capital rioplatense no se prolonga demasiado y en 1938 llega a París, donde entabla relación con artistas e intelectuales peruanos. Durante ese mismo período, en una reyerta de la que existen varias versiones, recibe una cuchillada que marcará su rostro.
Como a tantos otros, la II Guerra Mundial lo aleja de Europa y en 1940 vuelve a Lima con Claudine Fitte, argentino-francesa que tendría una gran influencia en esos años aún formativos del artista. Con ella vive entre Lima y Buenos Aires, ciudad donde asiste a las clases del pintor Emilio Pettoruti. Estas clases constituyen la única educación artística formal de que se tenga noticiaComo a tantos otros, la II Guerra Mundial lo aleja de Europa y en 1940 vuelve a Lima con Claudine Fitte, argentino-francesa que tendría una gran influencia en esos años aún formativos del artista. Con ella vive entre Lima y Buenos Aires, ciudad donde asiste a las clases del pintor Emilio Pettoruti. Estas clases constituyen la única educación artística formal de que se tenga noticia
Retratos, paisajes, cristos y santa rosas se van transformando en explosiones de color trabajadas con una espátula, el mango del pincel o, incluso, los dedos y las uñas.
Su paso por locales públicos queda señalado por murales, manteles y servilletas usados como lienzos, pedazos de papel, vales y menús.
La intensidad de su vida, paralela a la de su obra, va consumiéndolo y en julio de 1961 fallece a la temprana edad de 47 años. Ese mismo año, el Instituto de Arte Contemporáneo organiza una exposición homenaje.
Hoy, a casi cuatro décadas de su muerte, el paso del tiempo no ha conseguido borrar de la memoria colectiva la figura del que un día se definiera a sí mismo como "un príncipe paraquense".

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